RESUMEN

La poesía finisecular en Chiapas: entre la incertidumbre y el retorno

Gustavo Ruiz Pascacio

En términos inaugurales, el asunto de la tradición constituye un problema central en el origen del discurso poético en lengua castellana en Chiapas. Si entendemos por tradición el soporte de códigos sobre el cual operan las subsecuentes poéticas –ya sea como certificación, transición o escisión de los mismos- devenidas de dicha génesis, ésta no se prolonga a más de una centuria, a partir de la presencia del primer poeta "moderno" de Chiapas: Rodulfo Figueroa (1866-1899), poeta con quien se abre el hecho de "lo público" como eje comunicativo del ejercicio poético; poeta que inaugura el diálogo con el interior mestizo y con el aliento cultural decimonónico de "lo chiapaneco", apenas asumido políticamente con la federación del territorio al Estado mexicano en 1824. A partir de la poesía de Rodulfo Figueroa se desarrollará uno de los temas más controversiales y recurrentes en la poesía chiapaneca: el canto por la pertenencia; que transitará a lo largo del siglo XX- tanto por la nostalgia del origen como por el paisajismo folclórico (doméstico y meramente artesanal), y el reconocimiento mítico y lingüístico de sí mismo.

Tradición es, pues, un asunto de sentido y de la contención de ese sentido. Y en función a ello, es una doble conjunción: decir ese sentido y subyacer el sentido. ¿Cómo? Asumiéndose íntimamente lírico y públicamente mimético, entendido esto último como perteneciente a. Mirar mirándose en y su resultante, mirarse. El otro –a la manera de Landowsky- como una presencia plena que convoca al yo en su más profunda alteridad. Se inicia, así, la construcción de un imaginario poético consonante con el entorno físico, que derivó en, por lo menos, dos sustratos verbales: 1º. Una especie de "poesía natural o mimética", estilizadora de lo popular y primariamente paisajista; y, 2º. Una "poesía de la tierra", con acentuados valores telúricos y cosmogónicos, una poética de la Mater tellus.

Así, la "poesía de la tierra" se apreciará en algunos momentos de la obra de Jaime Sabines, Enoch Cancino Casahonda, Juan Bañuelos, Daniel Robles Sasso y Efraín Bartolomé. Pero la anímica y altruista construcción de estos poetas no impide la lectura de otras incursiones temáticas y operativas. Así, podemos decir que la poesía escrita en lengua castellana en Chiapas durante el siglo XX remite a ciertas constancias temáticas que operan el conjunto semántico de la misma. La ciudad, la muerte, el problema vital del sujeto, la presencia o la ausencia del otro, el origen y el viaje, son algunas de las obsesiones más persistentes. A su vez, estas se cifran –por lo menos- en tres tendencias veladamente definidas: la aprehensión inmediata del entorno como fenómeno prevaleciente; el goce y la melancolía de las emociones como núcleo enunciativo, y la vocación sustancial por el lenguaje como continente humano y cósmico.

A partir de la década de los noventa, algunos poetas chiapanecos de la generación de los sesenta y principios de los setenta (Roberto Rico, Carlos Gutiérrez Alfonzo, Eduardo Hidalgo, Luis Arturo Guichard, Ignacio Ruiz y Bernardo Farrera Vázquez), iniciaron la aprehensión del oficio poético concebido como una vocación sustancial por el lenguaje –referida, en ciertos casos, a un ente cósmico dador y convocado; y, en otros, a la inherencia de sí mismo, una suerte de autorreferencialidad poética- más allá de las formas discursivas y las constantes semánticas de la inmediatez escénica, el decadentismo paisajista, la queja sentimental y la recurrencia por la poética sabineana, que habían echado sus raíces entre la mayoría de los grupos convencionales de creadores en la entidad. Posicionados en la convicción del diálogo poético universal, que permite la prioridad por la traslación del sentido, el reconocimiento de la otra voz, el fluido de la metonimia del cosmos o el perpetuo servicio de la palabra en sí, dicha generación ha estimado un juego de voces cuya apuesta central presenta diversos grados de madurez y matices que van de la aspereza del verso –resultado de un descubrimiento táctil, visual y sonoro aún incierto- hasta la sólida consonancia de mundos cada vez más particulares y vastos.

 

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